Todavía están grabadas en nuestras memorias las miradas de les miles de manifestantes chilenos que hace años salen a las calles para exigir el fin de un modelo social y político que ha sido estructuralmente excluyente de los sectores trabajadores, indígenas y estudiantiles, así como de las mujeres y las disidencias. Miradas a las que, en muchos casos, les intentaron arrebatar los sueños de mejora a través de la violencia estatal.

Imagen hombre con ojo lastimado Chile
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Según la Sociedad Chilena de Oftalmología, alrededor de trescientas personas tuvieron que ser atendidas de urgencia por traumatismos asociados a gases lacrimógenos y balas de goma endurecidas, volviéndose los parches en el ojo un símbolo de movilización popular en 2019 (Crédito: New York Times).

Chile: de la calle a las urnas, la voz popular pone fin a la Constitución de la dictadura

La represión, sin embargo, no hizo que esta sociedad perdiera la claridad en la visión de su horizonte: convertirse en más igualitaria. Aunque muchas veces aclamado por su estabilidad para las inversiones, Chile es un país más desigual que Angola, Jamaica o Haití. Concretamente, esto significa que tiene, ponderadamente, menos años de educación garantizada para sus ciudadanos que estos países, menores índices de salubridad o peores niveles de ingresos y condiciones laborales para sus trabajadores/as –en particular, persistencia del trabajo infantil en sectores rurales y/o indígenas-. Todos estos temas fueron puestos en la agenda pública en las movilizaciones masivas que atestiguamos desde la Revolución Pingüina[1] en adelante, sembrando la esperanza de que un cambio de rumbo era posible.

Un punto central de esa arquitectura desigual lo consagra la Constitución chilena, sancionada en 1980 bajo la autoridad dictatorial de Augusto Pinochet. Aunque ésta ha sido reformada en numerosas ocasiones, retiene puntos autoritarios que vuelven difíciles los cambios profundos en materia de seguridad social, diversidades, educación, seguridad, defensa y democracia política; todo eso sumado a que sostiene un sistema electoral que vuelve muy dificultosa la expresión de todas las voces de la sociedad. Por eso, son excelentes noticias que vaya a ser prontamente reformada: el domingo obtuvimos los resultados de quiénes van a integrar la Convención Constituyente de julio de este año.

Para quienes nos preocupamos por dar respuesta a las mayorías en sus problemáticas, estas elecciones nos dejan tres enseñanzas centrales, tanto por su forma como por su resultado.

En primer lugar, será la primera Convención Constituyente del mundo que reconozca la paridad de género entre sus integrantes. Esta representación igualitaria es central para poner al tope de la lista las demandas del movimiento feminista, y para romper con los techos de cristal que conocemos las mujeres que nos dedicamos a la política. También reconociendo que no todos los miembros de una sociedad tienen las mismas posibilidades reales y concretas de ser electos para los procesos de toma de decisión, dispuso de 17 bancas –sobre un total de 155- para la representación de los pueblos originarios.

En segundo término, puso en evidencia que los partidos políticos tradicionales han perdido la capacidad de representar cabalmente a sus ciudadanos/as: 48 de los/as 155 constituyentes son independientes, denotando el cansancio del pueblo chileno por recetas económicas e institucionales que no cambian en el fondo. Por primera vez se espera que cuestiones como el salario o la distribución de las tareas del hogar sean así puestas en agenda. El contexto de estos pronósticos es, a su vez, un decrecimiento de los votos que cosechó la derecha y una elevada representación de las izquierdas, especialmente de las menos tradicionales.

Pero acaso el aspecto más importante es el evento en sí mismo: incluso luego de décadas de exclusión estructural, la movilización política sigue siendo la vía más eficaz para canalizar de manera pacífica y definitiva los conflictos y cambios inherentes a toda sociedad. En esa herramienta creemos, vemos confirmada su potencia en el país hermano, y le enviamos al pueblo chileno nuestros mejores deseos en este proceso de cambio que avanza como faro inspirador en Sudamérica, ya que, como decía uno de los suyos, “la historia es nuestra, y la hacen los pueblos”.

Victoria Donda


[1] Este es el nombre con el que se conoció la movilización estudiantil de 2006, en alusión a la vestimenta de les manifestantes compuesta de su uniforme escolar, de camisa blanca y saco negro.